Llega el día.
Desde primera hora de la mañana, el chat de grupo echa chispas. Los nervios a flor de piel, intentando dar ese último repaso que haga asegurar lo aprendido.

Pequeños consejos, deseos de suerte de parte de aquellos que por circunstancias no pueden participar ese día. Beber mucha agua, tomar más azúcar, plátano. Abrigarse bien… Todo se hace poco!
Ya allí la cosa cambia. Los nervios se templan. Observas el lugar, la temperatura, la luz…

Intentando que tu cuerpo se funda con las maravillosas piedras que forman el altar que tienes detrás.

Antes de la actuación.
Antes del concierto

Tú aquí, yo allí… Todos colocados. Buscas estar al lado de aquel/aquella que acostumbra a estar contigo.

Personas afines en sentimientos, gustos musicales y que en determinadas canciones cogen tu mano a escondidas como gesto de unidad. Haciendo que el latido cardíaco de ambos se acompase, a medida que cantamos juntos, hasta latir al unísono. Y es que cantar en un coro nos ofrece la posibilidad de relacionarnos con personas afines y con personas que no lo son, pero que en el momento de cantar estamos “condenadas a entendernos” buscando un bien común que no es más que la belleza del sonido coral.

Dicen los entendidos los infinitos beneficios que al cantar en grupo se obtienen:
Liberación de endorfinas en el cerebro, que no son más que hormonas de placer que inciden directamente en nuestro ánimo.
Pero yo, que no soy experta en el tema podría añadir unos cuantos más.
Una vez en mi sitio, concentrada en lo que allí va a ocurrir, observo como poco a poco las hasta ahora sillas vacías van tomando forma, sexo, edad.

Todos y cada uno de ellos van a recibir algo bello, trabajado, modelado con esfuerzo y que , una hora después va a volver a nosotros en forma de aplausos, lágrimas en sus ojos por la emoción o, en el peor de los casos unos tomates. Esto último por suerte , aún no ha ocurrido.
De pronto, el ruido se para para dar paso al sonido de la música y es cuando cierro los ojos para traer a mi mente esa imagen que me persigue en cada concierto:
Una mujer de color pronuncia mi nombre y al volverme me ofrece un testigo a la vez que dice siempre el mismo mensaje: Gracias por continuar con el legado. Siempre intento contestar, pero rápidamente desaparece, no necesita respuesta.

Vuelvo con la mente a mi sitio, a mi tercera fila . Miro al frente y allí está ella, colocada frente a nosotros. Es entonces cuando todo se tranquiliza. No hacen falta palabras, las miradas lo dicen todo. Mira hacia el suelo haciendo un peculiar movimiento de piernas y hombros, respira, abre sus brazos con un elegante movimiento, sonríe y …. ¡SURGE LA MAGIA!

¡Gracias a todos los corazones que laten al unísono con el mío!

Todo a punto. 1, 2 , y...

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